Casco, del shopping a la cancha de tenis


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«Estaba jugando a la mancha con mi hermana en un shopping cuando una persona se me acercó y me preguntó dónde estaba mi madre. ‘Por ahí, le dije’. Luego, se ve que la encontró y le preguntó si yo quería jugar al tenis». Así, casi por casualidad, fue que Ezequiel Casco comenzó su aventura en el tenis en silla de ruedas. «Me citaron para una prueba en el Cenard. Fui con mi silla de paseo y me dieron una raqueta que era casi más grande que yo. Era la primera vez que tenía una en mis manos», explica.

Como buen entrenador, Fernando San Martín vio más allá y descubrió ese talento que ni siquiera Ezequiel Casco sabía que tenía en sus manos. «Al mes ya iba a practicar más seguido, y el tenis me empezó a gustar demasiado», relata este joven de 21 años que ya desde los tres años andaba detrás de una pelota, que ya había practicado básquet, y hasta fútbol en el piso con sus amigos de Tigre. «Nací a los cinco meses, pesé 500 gramos. Nunca caminé. Hice toda mi vida así, no sé lo que es caminar», explica.

Pero esta vez la cosa iba en serio. Fue así que, al año, surgió la chance de viajar a Brasil y, entonces, cumplió su primer sueño. Luego llegaron más competencias internacionales, Copas del Mundo. Pero, claro, nada fue sencillo. Había que ser fuerte de la cabeza. «Estuve viviendo cuatro años en el Cenard. Solito. Practicaba, iba a la escuela ahí mismo… No fue nada fácil. Hacía de todo y a la noche quedaba fusilado. Fue clave el apoyo de mi familia», recuerda.

El Mono, como le dicen cariñosamente, ahora sueña en grande y apunta los cañones a los Juegos de Toronto. «Hace poco estuve en Australia para buscar nivel y siento que estoy atravesando mi mejor momento», dice el segundo mejor argentino de tenis en silla de ruedas. El mismo que dice que «el deporte es salud para todos», y que piensa más allá de la red y los flejes. «Quiero ser abogado, ya tengo dos materias», dice. Seguro que lo logrará, como todo lo que se propuso desde que jugaba con sus amigos, allá en Tigre.